Entendiendo que toda experiencia arquitectónica es multi-sensorial y que abraza cualidades de la materia y no materia, del espacio cerrado y abierto, del espacio certero o ambiguo, de texturas, reflejos, de la escala humana entre otros. Nos interesó explorar procesos donde la masa y la luz se convierten en la materia prima constructora de un contenedor atemporal, que abraza un programa específico y entra en comunión directa con el sitio.
La decisión de vivir en la playa por temporadas, supuso una serie de planteamientos que debate una forma de vida que transita entre lo privado y lo público, como controlar esa privacidad y tranquilidad sin perder el concepto de la relación espacial entre el interior-exterior, sumado a un programa de necesidades extenso. Se generó una volumetría exterior que responde a un patrón estructural, una sucesión de pórticos de hormigón visto (llenos) y carpinterías (vacíos) generando así un ritmo sol y sombra dinámica. Esta decisión genera verticalidad a la fachada integrando la planta baja, con usos de descanso con la planta alta, que alberga la flexibilidad de la vida social, rompiendo así con la horizontalidad de la parcela y casas vecinas.
Con una planta y distribución muy simple, intentamos alinear la estructura, la función y el programa en un lenguaje que refleja una noble arquitectura, por la calidad de sus materiales y espacialidad. Si bien el contenedor emana una imagen sólida, que responde al paso del tiempo, la erosión de la costa, permite reflejar en su piel exterior y mediante los vacíos, luces filtradas, dinámicas texturas y tonos que expresan distintas sensaciones, atmosferas interiores y exteriores.
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