En un proyecto cargado de sensibilidad y visión compartida, dos oficinas de diseño se han unido para transformar la vida cotidiana en una experiencia estética. La arquitecta Ana Orihuela O’Brien, de Ana Orihuela Design Studio, y el arquitecto Ernesto Monge Doig, de Lúmica Studio, colaboran en la creación del hogar de Natalia y Sebastián, una pareja de amigos cercanos que les confió un encargo profundamente personal.
El reto fue claro desde el inicio: diseñar un espacio donde el arte no solo esté presente, sino que dialogue activamente con quienes lo habitan. Así nace un concepto que trasciende el diseño convencional y se acerca a la curaduría emocional de un museo íntimo. Cada ambiente del departamento no solo tiene una función, sino una narrativa estética que se despliega a través de materiales, formas, luces y emociones.
La propuesta se sostiene en una paleta dominada por blancos y tonos claros, que actúan como un lienzo neutro. Esta elección permite que tanto las obras gráficas como los objetos de diseño respiren y se destaquen. En la sala, por ejemplo, el mueble de entretenimiento en piedra sinterizada transmite elegancia y solidez, mientras que el bar –con cava integrada en barras metálicas negras y base en tono Capri– funciona como una pieza escultórica dinámica.
Los contrastes también juegan un papel clave. Elementos oscuros, como repisas o marcos metálicos, establecen jerarquías visuales y dirigen la mirada del visitante, como si recorriera una galería cuidadosamente dispuesta. La iluminación, lejos de ser solo técnica, se convierte en una herramienta expresiva. Lámparas colgantes y rieles con spots dirigibles evocan la iluminación museográfica, reforzando la idea de que cada rincón es una sala expositiva.
La habitación del pequeño es uno de los espacios más entrañables del proyecto. Un mural de El Principito, retroiluminado, convierte la pared en una obra viva. Esta decisión revela una lectura poética del interiorismo infantil, donde se privilegia la sensibilidad y el asombro.
En cuanto a funcionalidad, el diseño responde a las verdaderas dinámicas de una familia joven. El área social se proyecta hacia la terraza, generando un espacio versátil para compartir sin perder la estética sobria del interior. Vegetación, mobiliario cómodo e iluminación cálida completan una experiencia doméstica equilibrada y envolvente.
Este proyecto no solo diseña un hogar, sino que redefine la forma de habitarlo. Es un manifiesto de cómo la arquitectura puede convertirse en un arte cotidiano, donde cada gesto está cargado de intención, y cada objeto, de belleza.