El arquitecto barcelonés de mirada poética y surrealista nos deja hoy a los 82 años. Entre sus obras más destacadas se encuentran La Muralla Roja de Calpe, el Walde-7 de Barcelona o La Fábrica de Sant Just Desvern.
Espacios poéticos, estructuras surrealistas y miradas dramáticas conforman el ADN de un arquitecto irrepetible. De personalidad arrolladora e inclinación por el dramatismo visual, el trabajo de Ricardo Bofill (Barcelona, 1939 - Barcelona, 2022) se ha definido siempre por proyectos rompedores en los que planteaba nuevas formas de relación social. Fundador del Taller de Arquitectura de la Ciudad Condal y responsable de decenas de obras en todo el mundo, hoy nos ha dejado a los 82 años.
Bofill trabajó sin descanso, manteniéndose como “el disidente de la familia arquitectónica barcelonesa” según el periodista y crítico Llàtzer Moix; el verbo suelto que ideó después monumentales escenarios historicistas en Francia (Noisy-Le-Grand en Île-de-France y Antigone en Montpellier) y que acabó produciendo un estilo high tech. Más allá de sus derivas estilísticas, la obra de Bofill siempre ha buscado una identidad, una significación reconocible que ayuda al usuario a sentirse partícipe del espacio vivido. Así nacieron el aeropuerto de Barcelona, la sede de Shiseido Ginza en Tokio o la de Cartier en París.
El Taller de Arquitectura
El Taller de Arquitectura que fundó Bofill fue una amalgama de intelectuales (sociólogos, poetas, cineastas, urbanistas) liderados por la fuerte personalidad del arquitecto, con una gran preocupación por la ciudad y sus habitantes. En sus años de experimentación idearon proyectos rompedores en los que planteaban nuevas formas de relación social, alejados del impersonal urbanismo en el que había derivado el Movimiento Moderno. Aún hoy sorprende que se llevaran a cabo dos de sus residenciales utópicos: Walden 7, a las afueras de Barcelona; La Muralla Roja de Calpe, casi colgada sobre el Mediterráneo y huyendo del anodino urbanismo español de costa; o La Fábrica.
La Fábrica, San Just Desvern (Barcelona)
La antigua fábrica de cemento de Sant Just Desvern, un pueblo de las afueras de Barcelona, tiene 31,000 metros cuadrados; Ricardo Bofill la descubrió por casualidad durante un viaje en coche y la visitó espontáneamente. Por aquel entonces todavía estaba en funcionamiento, pero el gerente de entonces le dijo al arquitecto que pronto cerrarían, y la idea de La Fábrica fue tomando forma. El arquitecto instaló su estudio de arquitectura en una fábrica abandonada a principios de los años 70. En ese momento, La Fábrica se convirtió no solo en el estudio, sino también en el hogar de Bofill y su familia; sin duda, era todo un arquitecto superstar en aquella época.
La Muralla Roja, Calpe (Alicante)
En esta ciudad alicantina Ricardo Bofill creó, en plena eclosión del posmodernismo, una gran casbah, recuperando la arquitectura tradicional de influencia árabe frente al culto lenguaje clásico que se imponía. El conjunto, que contiene 50 departamentos, recibe las influencias de los estructuralistas de los años cincuenta y del constructivismo de principios de siglo, a base de replicar una cruz griega que se extiende por la parcela alternando los espacios habitables y las zonas comunes. El laberíntico sistema de escaleras, puentes y pasarelas se debe sin embargo a la construcción vernácula mediterránea. El patrón repetido en planta se acompaña de líneas verticales en referencia a los cercanos acantilados. Amalgamando ambos parámetros, Bofill diseñó un edificio que desprende modernidad y que hoy todavía se reivindica como actual, es objeto de estudios universitarios e incluso escenario para fashion films.
Walden-7, Barcelona
El Walden-7 es una ciudad en vertical en la que viven más de 1000 personas cuyos laberínticos pasillos conocen perfectamente y de los que sabemos que no quieren nunca encontrar la salida. Dicen sus habitantes que la vida en Walden-7, "engancha". Este proyecto de Ricardo Bofill se encuentra muy cerca de su casa-estudio de arquitectura en unos terrenos suburbanos antiguamente ocupados por una fábrica de cemento, conocido como La Fá. La magnitud arquitectónica del complejo intentaba recuperar (y recuperó) el perdido sentido de comunidad, de actividad colectiva y de espacio público que había desaparecido en las viviendas sociales de la época.
Fuente: ArchDaily
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