La combinación de estos estos elementos son la fórmula perfecta para la creación de cualquier proyecto arquitectónico.
Toda la arquitectura, desde tiempos ancestrales, siempre se ha compuesto de cuatro elementos conceptuales: el punto, la línea, el plano y el volumen. Los dos primeros de naturaleza unidimensional, el tercero bidimensional y el cuarto tridimensional; y a pesar de esta naturaleza, realmente solo podemos percibirlos por el significado y la materialidad que le otorgamos.
Cuando observamos un plano arquitectónico podemos visualizar estos cuatro elementos, pero con una cualidad teórica y unidimensional, sin embargo, solo el plano y el volumen se transportan a la tridimensionalidad como la base física de la arquitectura.
Como elementos originarios de la arquitectura, a veces pueden existir confusiones entre ellos, es por esto que te mostramos algunos datos para diferenciarlos:
El Plano
Hablando técnicamente, un plano es una línea prolongada hacia una dirección distinta a la que posee intrínsecamente; al realizar esta acción se le dota de una longitud y una anchura. Como parte de la composición de una construcción visual, el plano sirve para definir límites y para la conformación de un volumen.
En palabras del afamado arquitecto y autor, Francis D. K. Ching, “los planos definen tridimensionalmente volúmenes de forma y espacio. Las propiedades que distingan a cada plano (tamaño, forma, color, textura) como su relación espacial entre las mismas, determinarán en último termino las propiedades visuales de la forma que definen y las cualidades del espacio que encierran.”
La arquitectura se ha construido con base en tres tipos de plano: superior, de pared y base; el superior define los límites de altura, mientras protege y refugia; el de pared, establece el espacio en cuanto a amplitud; y el plano base, es el que proporciona el apoyo físico. La conjunción de estos tres planos tienen como resultado la creación de uno o más volúmenes habitables, es por ello que son la base de la conceptualización arquitectónica.
Desde la arquitectura de las civilizaciones antiguas, el plano ha formado parte de las grandes construcciones de templos y palacios, pero fue a partir del Movimiento Moderno de mediados del siglo XX que se popularizo gracias a figuras como Ludwig Mies Van der Rohe, Le Corbusier, Gerrit Rietveld, entre otros. Sus proyectos surgieron, en varias ocasiones, de la sucesión de planos y acomodo racional de distintos planos, como el Pabellón de Alemania en la Exposición Internacional de Barcelona en 1929, en conjunto con Lilly Reich; la Casa Farnsworth; la Maison Dom-Ino y la Casa Rietveld Schröder en Utrecht, respectivamente.
El volumen
En este elemento se conjugan todos los anteriores, el punto en los vértices donde se reúnen varios planos, la línea en las aristas de los planos y los planos en las superficies que delimitan el espacio. Aquí se agrega una cualidad más con respecto al plano: longitud, anchura y profundidad, elementos que otorgan una forma específica que permite identificar y establecer los límites físicos del volumen.
En la arquitectura existen dos tipos de volúmenes: el sólido, como una masa que ocupa un lugar en el espacio, y el vacío, el cual se compone de varios planos y contiene el espacio. Como expresa Ching, “la arquitectura ve en un volumen el fragmento de espacio contenido y definido por los planos de las paredes, suelo y techo o cubierta o la cantidad de espacio que el volumen del edificio desplaza.”
En el momento en que los planos conforman un volumen, éste se debe considerar como un todo indivisible. A pesar de lo que nos han enseñado desde hace mucho tiempo, los planos no necesariamente deben ser ortogonales y es precisamente esta cualidad la que dota a los proyectos de un carácter distinto y único. Proyectos como la Capilla de Notre Dame du Haut de Le Corbusier, el Museo de Arte Contemporáneo de Niterói de Oscar Niemeyer y las impresionantes obras de Zaha Hadid demuestran la capacidad de los planos curvos de dotar al proyecto de una cualidad orgánica impresionante.
Fuente: AD
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