En cada una de nuestras fosas nasales, dos tipos de nervios juegan un papel fundamental en nuestra salud. Los nervios olfatorio y trigémino captan los olores y envían información al cerebro, más específicamente al bulbo olfatorio, para su interpretación.
A su vez, este se comunica con la corteza, responsable de la percepción consciente de los olores, pero también con el sistema límbico, que controla el estado de ánimo y las emociones inconscientes. Esta es la defensa del organismo frente a los malos olores o aromas irritantes o fuertes, creando aversión a aquellos que puedan perjudicarnos de alguna forma.
Pero no todos los contaminantes pueden detectarse a través de este sofisticado sistema, y tienen una capacidad intrínseca para influir positiva o negativamente en nuestra salud. De hecho, la investigación ha demostrado que la calidad del aire puede ser bastante mala e incluso preocupante en muchos ambientes interiores, donde pasamos alrededor del 90% de nuestras vidas. Esto generalmente es causado por una ventilación inadecuada del espacio, contaminación externa y contaminantes biológicos; pero principalmente contaminantes químicos de fuentes internas. Es decir, los materiales de construcción utilizados en el espacio. Por lo tanto, hay algunos productos que deben evitarse siempre que sea posible.
Hablar de la calidad del aire interior en los edificios nunca ha sido un tema muy popular, pero ha cobrado más importancia recientemente, apareciendo en certificaciones y declaraciones de productos. El término "síndrome del edificio enfermo" fue reconocido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 1982 y se utiliza para describir situaciones en las que los ocupantes del edificio experimentan efectos agudos en la salud y la comodidad que parecen estar relacionados con el tiempo que pasan en un edificio. La fatiga, los dolores de cabeza y los mareos se encuentran entre los síntomas más comunes. Cuando aproximadamente 1/5 de los ocupantes se quejan de problemas de salud asociados con permanecer adentro, el edificio se considera "enfermo".
Pratisha Laska tiene una visión no muy alentadora del asunto: "Muchos materiales de construcción pueden contener sustancias químicas preocupantes que pueden provocar impactos en la salud a corto y largo plazo. Los impactos a corto plazo pueden incluir alergia en la piel, irritación de los ojos, irritación de la garganta y estornudos, mientras que los impactos a largo plazo pueden incluir asma, cáncer, infertilidad, entre muchos otros".
Los materiales liberan sustancias químicas a través de la volatilización (cuando las sustancias químicas se convierten en gas y se liberan al aire); degradación química; abrasión (se liberan pequeñas partículas); oxidación y lixiviación (disuelto en líquido y lixiviado en el suelo y las aguas subterráneas). Un amplio estudio identificó 55 químicos utilizados en la construcción que pueden causar daños a la salud, pero los principales y más comunes son los siguientes:
Amianto
Compuesto por fibras microscópicas, el amianto se utilizó en varios frentes de la construcción civil, como cubiertas, depósitos de agua, techos, aislamiento térmico, entre muchos otros. Se usó en el techo de la Neue Nationalgaleire de Mies van der Rohe en Berlín, por ejemplo, reemplazado durante la última renovación. Su uso está prohibido en muchos países ya que las fibras del material, al ser ingeridas a través de la respiración, pueden causar enfermedades como mesotelioma, asbestosis y varios otros tipos de cáncer.
Compuestos orgánicos volátiles (COV)
Los COV son emitidos por una amplia gama de productos, como pinturas y barnices, tableros de pared, azulejos, muebles e incluso productos de limpieza, colas y adhesivos, entre muchos otros. Son sustancias que se transforman en gas al entrar en contacto con la atmósfera y su exposición puede causar alergias en la piel, irritación de ojos o vías respiratorias, dolores de cabeza e incluso dificultad para respirar y pérdida de memoria. Estos generalmente se pueden sentir a través del sentido del olfato. Durante largos períodos de exposición, los compuestos orgánicos volátiles pueden dañar el hígado y el sistema nervioso central.
Arseniato de cobre cromado
Conservante de madera a base de metales cromo, cobre y arsénico, se utiliza para impregnar piezas de madera, principalmente mediante la técnica del autoclave. Como señala esta investigación, los productos de madera tratados con CCA tienen un impacto adverso sobre el medio ambiente y la salud humana, debido a la lixiviación y acumulación de estos metales, especialmente el arsénico, de la madera al medio ambiente. Los tejidos afectados pueden incluir el cerebro, los pulmones, el hígado, el estómago, el bazo, los riñones y los órganos reproductivos. En Estados Unidos, por ejemplo, está prohibido el uso de este conservante en parques infantiles y otros objetos que puedan entrar en contacto con las personas.
Plomo
En la construcción, el plomo se usa a menudo para techos, cornisas, revestimientos de tanques y conductos eléctricos. También se utilizó en algunas pinturas en edificios antiguos. Como señala este documento de la Universidad de Washington, el plomo es una sustancia tóxica acumulativa y persistente que supone un grave riesgo para la salud. Cuando se inhala o se ingiere en cantidades excesivas, el plomo puede afectar el sistema nervioso, el sistema reproductivo, la sangre, los riñones y causar problemas digestivos, problemas de memoria y concentración, dolores musculares y articulares.
Formaldehído
El formaldehído es un subproducto de la combustión y otros procesos naturales. Se puede encontrar en muchos tipos de materiales de construcción, especialmente en productos compuestos de madera y materiales aislantes. Está presente, entre otras aplicaciones, en tableros aglomerados, contrachapados y MDF. Su inhalación puede causar irritación de los pulmones, ojos, piel, nariz y mucosas, así como dermatitis, asma y rinitis. En este artículo discutimos cómo es posible mantener sus niveles más bajos dentro de los edificios.
Además de estos, existen muchos otros componentes presentes en los materiales de construcción que pueden suponer riesgos para la salud de los ocupantes y, principalmente, de quienes los manipulan durante la construcción. El conocimiento de los riesgos potenciales de cada uno de los materiales es fundamental para que los responsables puedan definir la sustitución de piezas peligrosas y evitar la especificación de materiales tóxicos. Además de la legislación local que impide la difusión de productos potencialmente potentes, es importante prestar atención a los materiales con certificaciones como HPD (Declaración de Producto de Salud) y EPD (Declaración de Producto Ambiental) que presentarán listas detalladas sobre los componentes de cada uno y podrá orientar en la elección de productos más saludables.
Fuente: ArchDaily
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