Un viejo Massey Ferguson rojo como el del avi Joan todavía trabaja la tierra. En este mundo acelerado, todavia hay paisajes antiguos donde los humos de las casas vecinas se cuentan y se hacen compañía en invierno; rincones de felicidad donde se cuidan los huertos de fuera muralla en la orilla del río.
Esta es la historia de un refugio familiar para disfrutar de la naturaleza y de las cosas sencillas; de una máquina del tiempo que desea retener para siempre este paisaje precioso que aún no ha cambiado.
En este proyecto, la adaptación a la topografía del terreno es la construcción de un prado. Elementos como el garaje, la balsa, la pasarela o el muro inclinado de fondo que resigue y corta el fuerte pendiente, configuran una superfície llana. Y, sobre ella, reposa un volumen rectangular autónomo que acoge las mínimas funciones de vivienda en un solo espacio diáfano; a sur, una sala para estar, comer y descansar; y dentro del muro grueso que nos aísla del norte, los servicios y la entrada.
Este objeto arquitectónico transforma su relación con el entorno según avanzan las estaciones en el filtro de vegetación de ribera que le acompaña, pero también a partir de la expresión cambiante de su mirada, que disfruta del paisaje a resguardo del sol cuando levanta sus párpados. Y, temeroso de la fugacidad de esta sobria belleza, el refugio descansa inestable en una repisa de la ladera como un búho preparado para alzar el vuelo con el paisaje cazado en su retina.
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