En medio del bosque de Mar del Plata, Argentina, donde las copas de los árboles filtran la luz y el terreno ondula de forma natural, Casa Moro aparece sin imponerse. Diseñada por el arquitecto Guillermo Elgart del estudio TAM, esta vivienda no irrumpe: se funde, se adapta, respira al ritmo del entorno. Desde el inicio, la intención fue clara: respetar el vacío, no llenar lo que ya tenía forma. El terreno hablaba, con sus sombras, su relieve, sus límites de árboles, y la arquitectura decidió escuchar.
El primer gesto fue casi invisible: una losa de hormigón se extiende como un manto sobre la tierra, cubriéndose de vegetación, integrándose al paisaje como si siempre hubiera estado allí. Bajo ella, la vida ocurre en silencio, protegida por una arquitectura que desaparece. Un patio central actúa como corazón de la casa, espacio de recogimiento y aire. Allí, la privacidad no se impone, se sugiere. La madera delimita usos sin cerrarlos, distribuye sin fragmentar, define sin encerrar.
Por encima de este gesto subterráneo, una caja flotante refleja el entorno. Minimalista y suspendida, esta pieza funciona como una pequeña casa de huéspedes entre las copas, donde el habitar se convierte en contemplación. Desde allí, la mirada se posa sobre el bosque, multiplicada por los reflejos que devuelven la imagen del entorno.
Casa Moro no trata sobre lo que se construye, sino sobre lo que se deja intacto. La arquitectura no busca llenar, sino excavar; no alza muros, sino que enmarca espacios. El vacío se convierte en materia activa, en forma de habitar. Así, el proyecto es también una declaración: vivir puede ser una forma de respeto, y construir, una manera de desaparecer.