Casa Tao, diseñada por el Estudio HW en Puerto Vallarta, México, no nació de líneas técnicas, sino de recuerdos y vivencias. Es una obra que trasciende la idea convencional de vivienda y se convierte en un refugio íntimo, una respuesta sensible a la vida de quienes la habitan.
El proyecto encuentra sus raíces en la infancia de Gustavo, uno de sus habitantes, marcada por la humildad, el esfuerzo y la calidez humana. Hijo de agricultores y artesanos, su memoria se entrelaza con el clima costero, donde el sol y la humedad imponen un ritmo, y la sombra se convierte en un bien preciado. Esa necesidad de refugio e introspección es la que da forma a la arquitectura.

La personalidad de Gustavo, nutrida por el conocimiento autodidacta y la pasión por disciplinas como la filosofía, la música y la fotografía, también impregnó el diseño. Su biblioteca, con referentes como Campo Baeza, Fan Ho y Tarkovski, revela un gusto por la claridad, la geometría esencial y el vacío contemplativo, cualidades que se reflejan en cada rincón de la casa.
Cynthia, su compañera, y sus hijas Mila y Anto, aportaron al proyecto la huella de un viaje a Japón, donde descubrieron la estética del vacío y la quietud contenida. Esa experiencia se tradujo en un deseo compartido: vivir en un espacio que evocara la atmósfera de un museo japonés, no desde la solemnidad, sino desde la serenidad y el detenimiento del tiempo.


El terreno, ubicado en un barrio sin vistas espectaculares pero con la presencia de una plaza arbolada, ofreció la oportunidad de vincular la arquitectura con la frescura y la sombra. En lugar de abrirse frontalmente, la casa se orienta de manera oblicua, evitando grandes superficies acristaladas y privilegiando una relación matizada con el entorno: suficiente para percibir la brisa y el aroma marino, sin exponerse a la intensidad del sol.
La organización espacial responde a esta lógica de protección y elevación. Los dormitorios, garaje y servicios se ubican en la base, mientras que una caja ligera de doble altura alberga las áreas sociales. Este gesto eleva la vida cotidiana, rodeándola de aire y permitiendo el contacto con la brisa marina y la copa de los árboles. Los patios elevados funcionan como terrazas de contemplación, espacios donde el viento y las flores acompañan cada instante.


La intimidad se concentra en torno a un patio interior que busca el silencio y el aire. Un muro curvo suaviza la llegada del visitante, mientras un árbol recibe como un gesto de bienvenida. La casa se retrae del vecindario, no como rechazo, sino como búsqueda de aislamiento y recogimiento. Sin embargo, abre sus horizontes hacia el cielo y la plaza, generando un equilibrio entre resguardo e integración.
La materialidad refuerza esta experiencia sensorial. El hormigón, pesado y honesto, absorbe la luz con delicadeza y se transforma con el paso del tiempo, mientras que la blancura de los muros refleja la intensidad del sol costero. No es un acabado frío, sino un material que se habita, que calienta la vida cotidiana y se convierte en soporte de atmósferas.


Casa Tao es, en esencia, un manifiesto arquitectónico sobre el arte de habitar con atención. Cada espacio está concebido para detener el tiempo, para invitar a la contemplación y a la gratitud. La sombra, más que ausencia de luz, es un recurso poético que otorga profundidad y calma, como lo señala Junichiro Tanizaki en Elogio de las sombras.


En esta vivienda, la luz no se impone: se filtra con suavidad, permite que los espacios respiren lentamente y ofrece a sus habitantes la posibilidad de vivir con plenitud. Casa Tao se presenta así como una arquitectura silenciosa, íntima y generosa, que transforma lo cotidiano en un ejercicio constante de memoria, estudio y contemplación.